Señores, señoras, seres mitológicos... Llegó. No totalmente, pero llegó.
¿Que el qué? Simplemente ha llegado, la paz.
Ese viento fresco cuando estás en medio del desierto. Esa manta cuando estás al borde de la hipotermia. Ese abrazo cuando estás sola inmersa en tu mundo. Esa caricia cuando tu piel hierve.
No sé cómo describir en qué punto estoy, solo sé que mi vida ha comenzado a caminar de nuevo desde que murió. Y brilla el sol, y el mar (o quizás no es el mar, me confunden sus ojos). También brilla la luna muy fuerte cada noche, que me lo digan a mi que la veo todos los días.
A veces, y solo a veces, una persona sabe salvar a otra del precipicio tendiéndole la mano. Pero otras ni siquiera se dan cuenta de que lo han hecho, que ya está a salvo.
Como tú has hecho conmigo. Y ni siquiera nos hemos dado cuenta, como esa media hora que resultan ser tres horas reales. Te odio por ser tan transparente que te has podido colar así de fácilmente como para ni darme cuenta. Y que tú también te sorprendas, y te cante, y me cantes y bailes.
Eres una musa con piel de diosa, con ojos de universo, con manos de fiera. Y con alma de fénix, de viento, de infinidad.
Gracias por una felicidad inesperada, real. De vivir el día a día. Me basta con poco, pero tú no eres poco.
Personas que no dejarías que les doliese ni el respirar, que dentro de un cuerpo pequeño, esconden algo grande; algo que no podrán esconder por mucho tiempo.
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