Yo no soy una persona que tropiece con la misma piedra dos veces.
Yo soy esa que, sin planearlo, acaba queriéndola tantísimo que se tumba con ella en el suelo. A vivir lo que ella. Como ella, inmóvil y caliente por dentro.
A veces me abraza estando ahí tumbadas, pero sé que no deja de ser una piedra, y quizás el abrazo solo esté en mi mente; pero yo lo siento.
Siempre siento.
No sé si debo regalar cada pedazo vacío de mi a las personas que tengan su contenido, o si intentar rellenar de nuevo todo eso. O quizás dejarlo como está.
Lo que sí sé es que la última opción no la puedo escoger.
Quizás regalarlo sea la mejor opción. Regalo, me desprendo de rincones "vacíos" y encima sea más o menos lo que hay lleno, será un 'completo'. Se supone que todos son ventajas.
Pero claro está, no es un trozo material del que tú puedas disponer, partir ese pedazo como quien parte un trozo de pan y se lo da a alguien. Ahí la complejidad.
Nunca debemos renunciar a lo que nazca de dentro, solo abrir los brazos y sostenerlo, fundirte con él y que explote de realidad.
Guarda tus energías para esa salida explosiva y llegar a meta, que correr en círculos no te hará nunca avanzar.
Y te hace perder, en todos los sentidos.
La cuestión,
¿y qué pasa si explota sin planearlo ni esperarlo? Tú no has previsto esa salida, qué hace tu cuerpo corriendo.
Qué hace.
Qué
hace.
Y es que a veces también va por libre.
Corre gilipollas. Corre, pero hacia el otro lado.