Pegué un portazo en mi vida, y fui una por una a ver qué ventana se había abierto, como suelen decir. Pero no se abrió ninguna. Me frustré, me hundí, me decepcioné con la vida. Pensé que quizás no di el portazo lo suficientemente fuerte.
Hasta que entendí que no siempre van a abrirse más ventanas, y que hay que salir de esa casa en ruinas como sea, hacer como los cangrejos de mar (pero aún no lo sabía).
Sí que se abrió otra ventana, era otra casa.
Menudo ventanal.
Son todo vistas al mar; y mira que desistí de la playa. Son todos sonidos que inundan, y mira que me sequé por dentro. Son todo rayos de sol, de los que calientan por dentro; y mira que se heló todo. O casi todo.
Las vistas al mar, al grandioso mar azul (que a veces gris), trae esa paz y calma que cada vez más perdía. Que cada vez más arrítmica tenía el alma. Qué vistas, parecen concentrarse al rededor de un punto negro, esa ventana.
Los sonidos del mar. Enfurecido, en calma, sus olas... La mejor forma de dormir cada noche, y despertarse cada día, inmersa. Qué sonidos, parecen risas y palabras cálidas.
Los rayos de sol, que tan necesarios son para las personas. Ellos activan unas sustancias en la piel que necesitamos para nuestro estado de salud y ánimo, hacen que estemos más felices. Y calan hondo, ¿no ves que soy muy blanca de piel? Qué rayos de sol, parecen caricias en una piel de manos frías.
Fue entonces cuando acepté no derruir la casa, pero sí que tenía que salir de ella. Mira lo que me estaba perdiendo. Cómo voy a querer salir ahora de aquí, si solo con asomarme a esa ventana, lo tengo todo.
Las vistas quedan genial en una fotografía, en la imaginación, en tus miedos, en tus dudas... Pero no hay mejor cámara fotográfica que los propios ojos, y no hay mejor papel sobre el que impregnar la imagen que el alma. Ahí se queda todo.
No dejes ni una ventana por observar, todas tienen unas vistas increíbles si sabes asomarte, solo hay que saber no caerse y vivir al filo.