Quiero contaros la historia de una niña a la que le gustaba mucho correr, concretamente por la calle 1, y de una chica a la que le gustaban los cactus y la calma de la calle 8.
Un día, las dos se encontraban en una pista de atletismo en su entreno diario vital. La niña, no paraba de correr por la calle 1 como ya sabéis, siempre si la buscabas, en su calle estaba corriendo. Adora la velocidad, y su vida es esa curva que coges a doscientos por hora sin miedo ninguno de caerte y derrapar.
A lo que en la calle 8, la más lenta, se encontraba la otra chica. Ésta iba caminando, -casi- trotando, pero no. No tenía prisa.
Un día cualquiera la chica hizo su colecta diaria: recogía cactus por el camino, su calle 8. A algunos les ponía corchos en sus púas, a otros los abrazaba sin más, quizás unos se los guardaba en la mochila... En lo que la niña iba a adelantarla, una vez más, se percató de lo que estaba haciendo la otra chica, y paró en seco. Cogió el ritmo de la chica de la calle 8 y como buena niña, comenzó a observar.
Antes de llegar a la siguiente curva, la niña se pasó a la calle 5 para ver mejor lo que hacía, y no pudo evitar preguntarle: "¿Por qué recoges cactus?" A lo que la chica le respondió: "Me gustan los cactus. Nadie los comprende, pero también son seres vivos".
Así mismo, la niña, como era normal, no dejaba de preguntar: ”¿Y por qué los abrazas, si pinchan y hacen daño?". Y con una sonrisa, la chica respondió: "Los abrazo porque casi nadie lo hace ni saben lo que pueden llegar a aportarles realmente, y si pinchan, les cubro sus púas para poder hacerlo. Son un regalo que muchos suelo llevarme conmigo".
La niña se quedó en silencio observando y caminando al paso de la otra chica, unos centímetros más atrás, por esa calle 5.
La chica, que se percató de los días que llevaba observándola esa niña curiosa y sorprendiéndose de su repentino cambio de ritmo, se giró para decirle: "¿Quieres que te enseñe cómo hago para poder abrazar a los cactus? No es fácil, pero te aseguro que es una experiencia única". La niña asintió con la cabeza y le dijo en silencio que a cambio, ella seguiría su ritmo y la abrazaría curándole, como si ella misma fuese un cactus de aloe vera.
Así pues, la chica pasó también a caminar por la calle 5, y tuvo que aligerar un poco el paso. La 5 es casi intermedia de velocidad entre la 1 y la 8. Se puso al lado de la niña y comenzó a explicarle todo tal y como lo hacía.
Desde entonces y en cada final de entreno (y solo se paraba para dormir), la niña abrazaba fuerte a la chica, y viceversa, noche tras noche; y la llenaba de besos y anécdotas de sus carreras diarias.
Al final, resultó que aunque cada persona corra a un ritmo diferente, la pista de atletismo sigue siendo la misma y es inevitable que se crucen la calle 1 y la 8. Aunque sea de lejos.