Casi no recuerdo los rincones que obligatoriamente eran parada.
Casi, casi, no recuerdo aquellos abrazos, a cámara lenta, que son hogar y calor.
Lo que sí recuerdo es cada promesa que nos hicimos. Cada palabra que salía del corazón. Y que a día de hoy, siguen vivas. Que cada mirada sonreía con verdad, y si no, yo sabía verlo. Que cada mirada sabía sonreír. Que formamos parte de un -uno-.
Los tatuajes. Los fuertes, los casa, y los corazón. Los que me hablan y yo cumplo.
Recuerdo el dolor, la felicidad, la incertidumbre, el miedo atroz, el desgarro, la sonrisa, la paz, el huracán. Las letras, los fotogramas. La valentía. Y el desierto final.
No se me olvidará que igual que me diste todo, también me lo quitaste. Me llenaste y vaciaste casi por igual. Conocí el cielo y el infierno a la vez. Y a día de hoy me acompañan.
Pero siempre querré volver al que fue mi hogar cada vez que me hunda bajo el subsuelo. Siempre me gustará enseñar mi sonrisa a la que fue pionera, cuando me salga. Siempre podrás verla, calentita, cerca de lo que me queda de corazón.
Ojalá te tuviese a día de hoy más cerca de mi cuerpo, y poder calentarnos cada vez que lo necesitemos, con ese rodeo al alma que siempre curó cualquier destrozo. Y aunque no lo haga, el calor es suficiente.
Hay que saber rodear almas hoy en día, y no es fácil que sepan ni saber.
Creo que hace muchísimo que no te lo digo... Te quiero.