sábado, 7 de noviembre de 2020

A fuego.

Ya casi no recuerdo aquella estación de autobús. Casi no recuerdo los transbordos, casi se me olvida el camino a recorrer hasta aquel portal, que casi tampoco recuerdo, como ese ascensor.
Casi no recuerdo los rincones que obligatoriamente eran parada. 

Casi, casi, no recuerdo aquellos abrazos, a cámara lenta, que son hogar y calor. 

Lo que sí recuerdo es cada promesa que nos hicimos. Cada palabra que salía del corazón. Y que a día de hoy, siguen vivas. Que cada mirada sonreía con verdad, y si no, yo sabía verlo. Que cada mirada sabía sonreír. Que formamos parte de un -uno-. 

Los tatuajes. Los fuertes, los casa, y los corazón. Los que me hablan y yo cumplo. 

Recuerdo el dolor, la felicidad, la incertidumbre, el miedo atroz, el desgarro, la sonrisa, la paz, el huracán. Las letras, los fotogramas. La valentía. Y el desierto final. 

No se me olvidará que igual que me diste todo, también me lo quitaste. Me llenaste y vaciaste casi por igual. Conocí el cielo y el infierno a la vez. Y a día de hoy me acompañan. 

Pero siempre querré volver al que fue mi hogar cada vez que me hunda bajo el subsuelo. Siempre me gustará enseñar mi sonrisa a la que fue pionera, cuando me salga. Siempre podrás verla, calentita, cerca de lo que me queda de corazón. 

Ojalá te tuviese a día de hoy más cerca de mi cuerpo, y poder calentarnos cada vez que lo necesitemos, con ese rodeo al alma que siempre curó cualquier destrozo. Y aunque no lo haga, el calor es suficiente.

Hay que saber rodear almas hoy en día, y no es fácil que sepan ni saber. 

Creo que hace muchísimo que no te lo digo... Te quiero.